miércoles, 15 de agosto de 2007

A fábrica da infelicidade - Bifo - Extractos

"Algunos, como Davenport y Beck, hablan de economía de
la atención. Que una facultad cognitiva pasa a formar parte
del discurso económico quiere decir que se ha convertido en
un recurso escaso. Falta el tiempo necesario para prestar
atención a los flujos de información a los que estamos
expuestos y que debemos valorar para poder tomar decisiones.
La consecuencia está a la vista: decisiones económicas y
políticas que no responden a una racionalidad estratégica a
largo plazo sino tan sólo al interés inmediato. Por otra parte,
estamos cada vez menos dispuestos a prestar nuestra atención
gratuitamente. No tenemos ya tiempo para el amor, la
ternura, la naturaleza, el placer y la compasión. Nuestra
atención está cada vez más asediada y por tanto la dedicamos
solamente a la carrera, a la competencia, a la decisión
económica. Y, en todo caso, nuestro tiempo no puede seguir
la loca velocidad de la máquina digital hipercompleja. Los
seres humanos tienden a convertirse en despiadados ejecutores
de decisiones tomadas sin atención.

El universo de los emisores —o ciberespacio— procede ya
a velocidad sobrehumana y se vuelve intraducible para el universo
de los receptores —o cibertiempo— que no puede ir
más rápido de lo que permiten la materia física de la que está
hecho nuestro cerebro, la lentitud de nuestro cuerpo o la necesidad
de caricias y de afecto. Se abre así un desfase patógeno
y se difunde la enfermedad mental, como lo muestran las
estadísticas y, sobre todo, nuestra experiencia cotidiana. Y a
medida que se difunden las patologías, se difunden los fármacos.
La floreciente industria de los psicofármacos bate
récords cada año. El número de cajas de Ritalin, Prozac, Zoloft
y otros fármacos psicotrópicos vendidas en las farmacias
crece, al tiempo que crecen la disociación, el sufrimiento, la
desesperación, el terror a ser, a tener que confrontarse constantemente,
a desaparecer; crece el deseo de matar y de morir.

Cuando hacia finales de los setenta se impuso una aceleración
de los ritmos productivos y comunicativos en las metrópolis
occidentales, hizo aparición una gigantesca epidemia
de toxicomanía. El mundo estaba saliendo de su época
humana para entrar en la época de la aceleración maquinal
posthumana. Muchos organismos humanos sensibles empezaron
a usar cocaína, sustancia que permite acelerar el ritmo
existencial hasta transformarse en máquina. Muchos otros
organismos humanos sensibles empezaron a inyectarse heroína,
sustancia que desactiva la relación con la velocidad
del ambiente circundante. La epidemia de polvos de los años
setenta y ochenta produjo una devastación existencial y cultural
de la que aún no hemos sacado las cuentas. A continuación,
las drogas ilegales fueron sustituidas por las sustancias
legales que la industria farmacéutica pone a disposición de
sus víctimas, y se inició la época de los antidepresivos de los
euforizantes y de los reguladores del humor.
Hoy la enfermedad mental se muestra cada vez con
mayor claridad como una epidemia social o, más precisamente,
sociocomunicativa. Si quieres sobrevivir debes ser
competitivo, y si quieres ser competitivo tienes que estar
conectado, tienes que recibir y elaborar continuamente una
inmensa y creciente masa de datos. Esto provoca un estrés
de atención constante y una reducción del tiempo disponible
para la afectividad. Estas dos tendencias inseparables devastan
el psiquismo individual. Depresión, pánico, angustia,
sensación de soledad, miseria existencial. Pero estos síntomas
individuales no pueden aislarse indefinidamente, como
ha hecho hasta ahora la psicopatología y quiere el poder económico.
No se puede decir: estás agotado, cógete unas vacaciones
en el Club Méditerranée, tómate una pastilla, cúrate,
deja de incordiar, recupérate en el hospital psiquiátrico,
mátate. No se puede, por la sencilla razón de que no se trata
de una pequeña minoría de locos ni de un número marginal
de deprimidos. Se trata de una masa creciente de miseria
existencial que tiende a estallar cada vez más en el centro del
sistema social. Además, hay que considerar otro hecho decisivo:
mientras el capital necesitó extraer energías físicas de
sus explotados y esclavos, la enfermedad mental podía ser
relativamente marginalizada. Poco le importaba al capital tu
sufrimiento psíquico mientras pudieras apretar tuercas y
manejar un torno. Aunque estuvieras tan triste como una
mosca sola en una botella, tu productividad se resentía poco,
porque tus músculos podían funcionar. Hoy el capital necesita
energías mentales, energías psíquicas. Y son precisamente
ésas las que se están destruyendo. Por eso las enfermedades
mentales están estallando en el centro de la escena social.

La crisis económica depende en gran medida de la difusión
de la tristeza, de la depresión, del pánico y de la desmotivación.
La crisis de la new economy deriva en buena medida de
una crisis de motivaciones, de una caída de la artificiosa euforia
de los años noventa. Ello ha tenido efectos de desinversión
y, en parte, de contracción del consumo. En general, la
infelicidad funciona como un estimulante del consumo: comprar
es una suspensión de la angustia, un antídoto de la soledad,
pero sólo hasta cierto punto. Más allá de ese punto, el
sufrimiento se vuelve un factor de desmotivación de la compra.
Para hacer frente a eso se diseñan estrategias. Los patrones
del mundo no quieren, desde luego, que la humanidad
sea feliz, porque una humanidad feliz no se dejaría atrapar
por la productividad, por la disciplina del trabajo, ni por los
hipermercados. Pero se buscan técnicas que moderen la infelicidad
y la hagan soportable, que aplacen o contengan la
explosión suicida, con el fin de estimular el consumo.

¿Qué estrategias seguirá el organismo colectivo para sustraerse
a esta fábrica de la infelicidad?

¿Es posible, es planteable, una estrategia de desaceleración,
de reducción de la complejidad? No lo creo. En la sociedad
humana no se pueden eliminar para siempre potencialidades,
aún cuando éstas se muestren letales para el individuo
y, probablemente, también para la especie. Estas potencialidades
pueden ser reguladas, sometidas a control mientras es
posible, pero acaban inevitablemente por ser utilizadas, como
sucedió —y volverá a suceder— con la bomba atómica.
Es posible una estrategia de upgrading9 del organismo
humano, de adecuación maquinal del cuerpo y del cerebro
humano a una infosfera hiperveloz. Es la estrategia que se
suele llamar posthumana.

Por último, es posible una estrategia de sustracción, de
alejamiento del torbellino. Pero se trata de una estrategia que
sólo podrán seguir pequeñas comunidades, constituyendo
esferas de autonomía existencial, económica e informativa
frente a la economía mundo."

Tirado da introducçom à ediçom em espanhol de La fabbrica dell'infelicità (A fábrica da infelicidade).

Introducçom à ediçom original

"UNA OLA DE EUFORIA HA RECORRIDO los mercados en los últimos
años. Desde los mercados se ha extendido a los medios
y desde éstos ha invadido el imaginario social de Occidente.
La tercera edad del capital, la que sigue a la época clásica del
hierro y el vapor y a la época moderna del fordismo y la
cadena de montaje, tiene como territorio de expansión la
infosfera, el lugar donde circulan signos mercancía, flujos
virtuales que atraviesan la mente colectiva.

Una promesa de felicidad recorre la cultura de masas, la
publicidad y la misma ideología económica. En el discurso
común la felicidad no es ya una opción, sino una obligación,
un must; es el valor esencial de la mercancía que producimos,
compramos y consumimos. Ésta es la filosofía de la new
economy que es vehiculada por el omnipresente discurso
publicitario, de modo tanto más eficaz cuanto más oculto.
Sin embargo, si tenemos el valor de ir a ver la realidad de
la vida cotidiana, si logramos escuchar las voces de las personas
reales con quienes nos encontramos todos los días, nos
daremos cuenta con facilidad de que el semiocapitalismo, el
sistema económico que funda su dinámica en la producción
de signos, es una fábrica de infelicidad.

La energía deseante se ha trasladado por completo al
juego competitivo de la economía; no existe ya relación entre
humanos que no sea definible como business —cuyo significado
alude a estar ocupado, a no estar disponible. Ya no es
concebible una relación motivada por el puro placer de
conocerse. La soledad y el cinismo han hecho nacer el desierto
en el alma. La sociedad planetaria está dividida entre
una clase virtual que produce signos y una underclass que
produce mercancías materiales o, sencillamente, es excluida
de la producción. Esta división genera naturalmente desesperación
violenta y miseria para la mayoría de la población
mundial. Pero esto no es todo.

El semiocapitalismo es una fábrica de infelicidad también
para los vencedores, para los participantes en la economía-
red, que corren cada vez más rápido para mantener
el ritmo, obligados a dedicar sus energías a competir contra
todos los demás por un premio que no existe. Vencer es el
imperativo categórico del juego económico. Y, desde el
momento en que la comunicación se está integrando progresivamente
con la economía, vencer se convierte también
en el imperativo categórico de la comunicación. Vencer es
el imperativo categórico de todo gesto, de todo pensamiento,
de todo sentimiento. Y sin embargo, como dijo William
Burroughs, el ganador no gana nada.

Mientras el estereotipo publicitario muestra una sociedad
empapada de felicidad consumista, en la vida real se
extienden el pánico y la depresión, enfermedades profesionales
de un ciclo de trabajo que pone a todos a competir con
todos, y culpabiliza a quien no logra fingirse feliz.
Los ciclos innovadores de la producción —la red y la biotecnología—
no son, como los que dominaron la época
industrial, la producción de mercancías por medio del cuerpo
y la mente, sino la producción directa de cuerpo y mente.
La felicidad no es ya, por tanto, un valor de uso accesorio a
las mercancías, sino la quintaesencia de la mercancía.
Algunos sostienen que la new economy está destinada a
desinflarse como un globo o a derretirse como la nieve al sol
porque se funda sobre una ilusión. Pero las ilusiones son el
motor de la economía capitalista, son la fuerza que mueve el
mundo. La economía es cada vez más directamente inversión
de energía deseante. Lo que el historicismo idealista llamaba
alienación era el intercambio de la autenticidad humana
con el poder abstracto del dinero. Nosotros ya no hablamos
de alienación, porque no creemos que exista ya ninguna
autenticidad de lo humano. Sin embargo, tenemos la
experiencia cotidiana de una infelicidad difusa, porque los
seres humanos invierten una parte cada vez mayor de su
existencia inmediata en la promesa siempre aplazada de la
mercancía virtual. La devastación capitalista del medio natural
y la mediatización de la comunicación reducen casi a la
nada la posibilidad de gozar de la existencia de forma inmediata.
Y la existencia desensualizada se dedica sin resistencias
a la inversión, que es en esencia inversión emocional,
intelectual, psíquica.

Como mostró Freud, la sociedad burguesa fundaba la
fuerza productiva de la industria en un empobrecimiento
físico y material y en una represión de la libido que producía
neurosis. El precio de la seguridad psíquica y económica
era la renuncia a la libertad. En su libro La postmodernidad y
sus descontentos,1 Zygmunt Bauman invierte el diagnóstico
de Freud: los problemas y los malestares más comunes hoy
son producto de un intercambio por el cual renunciamos a la
seguridad para obtener cada vez más libertad. Pero ¿de qué
libertad hablamos, si nuestro tiempo y nuestras energías
están completamente absorbidas por el business?

El tránsito postmoderno ha estado marcado por un desencadenamiento
de la libido, por un intercambio en el que
hemos renunciado a gran parte de la seguridad burguesa a
cambio de una libertad que se concreta cada vez más sólo en
el plano económico. La llamada revolución sexual de los años
sesenta y setenta no fue, o no fue sólo, un aumento de la cantidad
de cuerpos disponibles para el sexo. Fue sobre todo una
mutación en la percepción del tiempo vivido. El tiempo de la
vida era tiempo del encuentro de las palabras, de los cuerpos,
sin otra finalidad que aquella gratuita del conocerse.

No sé si hoy se hace el amor más o menos que en aquellos
años. Me parece que mucho menos, pero no es esa la cuestión.
La cuestión es que la sexualidad no tiene ya relación con
el conocerse, con la gratuidad. Es descarga de energía rabiosa,
exhibición de estatus y, sobre todo, consumo. La prostitución
no es ya, como en tiempos pasados, una dimensión marginal
y viciosa, sino una actividad industrial regulada, la
principal válvula de desahogo de la agresividad sexual de
una sociedad que no conoce ya la gratuidad. La desregulación
económica completa una desregulación existencial que
tomó su impulso de las culturas antiautoritarias. Pero para
las culturas antiautoritarias la libertad era ante todo un ejercicio
antieconómico y anticapitalista. Hoy la libertad ha sido
encerrada en el espacio de la economía capitalista y se reduce
a la libre competencia en un horizonte obligatorio.

Cuando a la libertad se le sustrae el tiempo para poder
gozar del propio cuerpo y del cuerpo de otros, cuando la
posibilidad de disfrutar del medio natural y urbano es destruida,
cuando los demás seres humanos son competidores
enemigos o aliados poco fiables, la libertad se reduce a un
gris desierto de infelicidad. No es ya la neurosis, sino el
pánico, la patología dominante de la sociedad postburguesa,
en la que el deseo es invertido de forma cada vez más obsesiva
en la empresa económica y en la competencia. Y el pánico
se convierte en depresión apenas el objeto del deseo se
revela como lo que es, un fantasma carente de sentido y sensualidad.
El sufrimiento, la miseria existencial, la soledad, el
océano de tristeza de la metrópolis postindustrial, la enfermedad
mental. Éste es el argumento del que se ocupa hoy la
crítica de la economía política del capital."

Podedes baixar o libro aquí, no web de Traficantes de Sueños (traficantes.net)

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jueves, 9 de agosto de 2007

Raizes emocionais da autoridade e da propriedade

Nosotros sabemos de dónde proviene la carencia... La carencia es preparada, organizada, en la producción social... Nunca es primera; la producción nunca es organizada en función de una escasez anterior, es la escasez la que se aloja, se vacuoliza, se propaga según la organización de una producción previa. Es el arte de una clase dominante, práctica del vacío como economía de mercado: organizar la escasez, la carencia, en la abundancia de la producción...

El Anti-Edipo (F.Guattari y G. Deleuze)


Raices emocionales de la autoridad y de la propiedad - Casilda Rodrigáñez

INTRODUCCIÓN

La sociedad patriarcal la hacemos todos y todas; no es algo exterior a nosotros. Las instituciones descansan en los individuos que hemos sido formados para la obediencia a la autoridad y para entender los bienes, la tierra y las personas como posesiones.

Siempre nos han dicho, para disuadirnos de las utopías, que el principio de autoridad y el sentido de la propiedad van unidos a la misma condición humana, y cuando se habla de ello, siempre sale a relucir el ejemplo de los celos, que dicen que salen de dentro, y que prueban que la posesividad es consustancial a la naturaleza humana. Y es cierto que tanto el sentido de la propiedad como el principio de autoridad están arraigados en lo más profundo y básico de nuestra psique y de nuestras emociones, pero porque éstas también son objeto de la educación y de la manipulación de la sociedad patriarcal; de la domesticación que se lleva a término con cada criatura humana.


En esta educación hay dos partes o dos aspectos: la educación emocional propiamente dicha, y la devastación de la vitalidad de la criatura humana que se realiza previamente.

LA DEVASTACIÓN

La devastación de la vida es algo previo que el Poder debe realizar antes de acometer la extorsión y la explotación de la vida, como hicieron los españoles que llegaron al continente americano, que arrasaron la selva para poder hacer las plantaciones de monocultivos extensivos. Siempre, antes de las acciones de explotación, de acaparación y de acumulación, hay una acción de devastación de la abundancia y de la riqueza de la vida.

Lo originario del Capital -de la propiedad patrimonial- no es la acumulación sino la devastación. Antes de la construcción del Estado y de la Familia hubo también una devastación del tejido social de apoyo mutuo.

Y para domesticar al ser humano se realiza también una devastación en cada pequeña criatura humana, para poner en marcha el proceso de educación de las emociones y de la psique.

Lo que ocurre es que se realiza de tal modo que no nos apercibimos de ello porque nos presentan los resultados de la devastación como si fuera lo que había habido siempre, como si no hubiera habido devastación. Es como si incendian un bosque y luego nos dicen que no hubo nunca ni incendio ni bosque, y que lo que hubo siempre es el desierto.

Voy a tratar de explicar el tipo de devastación que padece la criatura humana. Cuando hace ya más de 100 años se investigó la psique humana y se inventó el concepto de «inconsciente» para definir la parte no consciente de nuestra condición humana, se encontraron con lo que se ha venido llamando «complejo de Edipo», o triangulación edípica de los deseos, de las emociones y de los sentimientos, y nos lo presentaron como lo propio de la condición humana, como algo innato. Pero, como dijeron Deleuze y Guattari, el Edipo no es innato, sino que es precisamente la parte de la psique ya educada y modelada de acuerdo con el orden social; que además sirve para tapar lo que había antes de la edipización, para enmascarar la herida de la devastación.

Pero también mencionaron (Freud, Lacan) haber topado con algo más en lo más oculto y profundo de nuestro ser, que llamaron «lo real-imposible», y, refiriéndose a la sexualidad de la mujer, un «continente negro» que se les escapaba de sus esquemas, que no entendían ni podían interpretar; algo que otros (Groddeck) reconocían como algo indefinido e ignoto. Lo cierto es que no llegaron a investigarlo ni a entenderlo, quizá porque no pudieron, o porque, dándose cuenta de que aquello ponía en entredicho el orden social, no se atrevieron.

¿Qué querían decir Freud y Lacan al afirmar que había algo real pero imposible? ¿Cómo puede haber algo real y al mismo tiempo imposible?
Quizá nos ayude a descifrarlo el mito bíblico de la expulsión del Paraíso: un paraíso real, terrenal, que existe pero que está prohibido por la Ley, y que por lo tanto es imposible. O sea, que lo real es imposible porque lo prohibe la Ley.

¿Y qué es lo real imposible? Lo real son nuestros deseos primarios, descodificados, antes de ser sometidos a la devastación de la sociedad patriarcal; nuestros deseos que se mueven por el principio del placer, antes que la Ley los manipule para adaptarlos a la Realidad patriarcal.

¿Y qué es lo prohibido? Lo prohibido, e imposible en esta sociedad, es nuestro crecimiento en la saciedad de nuestros deseos; la expansión de la vida humana por la vía de la saciedad de los deseos.
La expulsión del paraíso terrenal y real es, pues, la expulsión de un continente negro en el que todos y todas, hombres y mujeres, hemos habitado, pero que ha quedado fuera de nuestro mundo conceptual y simbólico, y por eso es impensable e indecible. Sin embargo, es de hecho la negación brusca y radical de una sexualidad primaria y materna. De nuestra estancia en ese continente sólo nos queda un anhelo emocional que proyectamos hacia el futuro.
Cuando hablamos de la represión de la maternidad, del matricidio, de la transmutación de la madre entrañable en una madre patriarcal, parece que estamos hablando de algo sin importancia, casi de una novela rosa.

Pero se trata de la destrucción básica de la trama social de apoyo mutuo que corresponde a la condición del ser humano. Cuando una criatura succiona un pezón de plástico, lo malo no es sólo que succiona el plástico, lo malo es el vacío detrás del chupete, la falta del cuerpo humano detrás del chupete. El chupete de plástico es una imagen que representa la correlación entre la desvastación del tejido social y la desvastación de cada criatura.

La expulsión del paraíso significa la desaparición de la madre amante, de la relación de tú a tú entre dos amantes, y su sustitución por una relación de sumisión/autoridad (Amparo Moreno). Se trata de cambiar la madre verdadera por la madre patriarcal que no reconoce los deseos de las criaturas, que es insensible a su sufrimiento y que es capaz de reprimirla. Este es el principio de la Autoridad en nuestras vidas. La represión de los deseos y la obediencia a la autoridad se convierten en algo bueno; y nuestros deseos, o no cuentan o son malos. Este es el origen de la angustia existencial.

Desde este punto de vista, la represión del deseo del cuerpo materno es lo más importante que ocurre en nuestras vidas y desde luego de rosa no tiene nada. No vamos a entrar, por falta de tiempo, en las consecuencias en términos de sufrimiento de ambas simbiontes, ni en las implicaciones de la represión y negación de la sexualidad de la mujer; puesto que se trata ahora de entender el cambio que acontece en la psique de la pequeña criatura humana.
Se trata de entender el cambio del deseo por la necesidad, y de la abundancia de la producción por la carencia; el cambio del deseo por un miedo abyecto a carecer (Deleuze y Guattari). Necesidad, carencia y miedo que no había antes de la devastación, lo que no era innato. ¿Por qué cambiar el deseo por la necesidad? Porque si el deseo nos lleva al bienestar y a ser libres, la necesidad nos lleva a la sumisión.

En la espiral de la necesidad, de la carencia, del miedo a carecer, y en la lucha por la supervivencia en un entorno devastado, el Poder aplica sus sutiles mecanismos de chantaje emocional engarzados con unos paradigmas falaces de bienestar.

Pero antes de entrar en este punto, hay que decir en concreto cómo y cuándo se realiza el cambio, la expulsión del continente negro. Vamos sólo a mencionar los tres momentos de nuestra etapa primal que se interfieren o se bloquean.

1) Haciendo que el embarazo no sea deseado libidinalmente; esto prepara el terreno para la formación de la madre patriarcal, que no es capaz de re-co-nocer (re-co-na-tre) ni de sentir-con los deseos de su prole; la madre robotizada que no place ni aplace sino que reprime a las criaturas, que es insensible a los sufrimientos de las criaturas, y que en lugar de madre deviene Autoridad.

2) El parto violento desde un útero que no se abre suavemente, sino con contracciones violentas, cuyas paredes se tensan como si fueran acero, produciendo un tránsito lento, con atascos, golpes y presiones en todo el cuerpo de la criatura, sensación de asfixia, de estar atascada ahogándose de la proximidad de la muerta por asfixia, es decir, la angustia mortal; esto organiza la experiencia, que hasta entonces no habíamos tenido, de que algo muy malo es posible que suceda; es decir, forma parte de la creación del miedo necesario para organizar el chantaje.

3) El apartamiento de la madre después de nacer y el rompimiento prematuro y brusco de la simbiosis materna; la supervivencia organizada mediante una robotización de la extero-gestación y de la crianza. Esto significa también sensación y experiencia de angustia mortal. Para cualquier mamífero la falta de la madre al nacer se interpreta psicosomáticamente como la muerte, porque de hecho, significa la muerte. Aquí se consuma la operación de la desvastación primaria.

EL CHANTAJE Y LA EDUCACIÓN

Para entender el chantaje emocional vamos a imaginarnos que el aire que respiramos nos ha sido desposeído (creo que es casi lo único de la vida de lo que todavía no hemos sido desposeídos) y que nos ponen una escafandra de oxígeno para respirar; y que vamos por un camino trazado andando con nuestra escafandra, pero si nos salimos un poquito por la orilla nos la quitan, y cuando volvemos a andar sin pisar la raya del borde del camino nos la vuelven a poner. Y así nos la van quitando y poniendo a ratitos según nuestro comportamiento. En la pequeña criatura humana, la falta de afectividad es tan letal como la falta de aire. La necesidad de afecto nos convierte en seres sumisos que andan por un camino trazado; hace que, voluntariamente, nos comportemos, no según nuestros deseos, sino para complacer a nuestros mayores. Es un chantaje sutil, que al principio se realiza sin palabras. La sonrisa, la mirada, el tono de voz, la caricia de la madre va definiendo el camino de nuestra resignación y de nuestra sumisión. Aceptamos sin darnos cuenta que nos reprimen por nuestro bien; que la represión es buena; que nuestros deseos no cuentan o son malos; y aceptamos la inversión del principio del placer: lo que es bueno pasa a ser malo, y viceversa. Al principio, lloramos en señal de protesta. Poco a poco vamos dejando de llorar según vamos «madurando», pasando las etapas previstas por la psicología, y adquiriendo el uso de la razón patriarcal. Al aceptar que lo que hacen nuestros padres es por nuestro bien, nos queda prohibida la rebelión interior. Nos hemos convertido en criaturas inconscientemente sumisas y crecemos creyendo que la Autoridad pertenece al orden natural de la vida. Es la génesis de la Servidumbre Voluntaria que descubrió Etienne de la Boëtie.

Paralelamente, como nuestra existencia como seres productores de deseos, nuestra verdadera «identidad» no es reconocida; como nos han desposeído del aire para respirar, nuestra supervivencia depende de tener la escafandra de oxígeno, de la posesión de una cuota de aire, de afecto. La abundancia ha sido sustituida por la carencia, y entonces la carencia se suple con la propiedad. En este mundo para no carecer hay que poseer ; poseer bienes y personas. Mi cuota de oxígeno son «mi» papá y «mi» mamá. Tenemos que afirmar nuestra existencia como poseedores, puesto que no es reconocida como productora de deseos, puesto que no existe un tejido social adecuado a mi existencia, puesto que han matado a la madre. Por eso las pequeñas criaturas humanas siempre están diciendo «mi» papá, «mi» mamá, «mi» casa, etc.

Es el «yo-poseedor», la identidad como ser poseedor lo que se está formando, en contra de un vivir disuelto en un grupo, en un entorno de apoyo mutuo; en contra de la verdadera «identidad» de la criatura deseante. Por eso los antropólogos hablan de un sistema de identidad grupal en ciertas tribus.

EL ORDEN SIMBÓLICO

El chantaje emocional que hemos descrito se inscribe en un orden simbólico que manda y determina nuestro inconsciente con la misma contundencia que el orden capitalista determina la economía. Las figuras de la madre patriarcal y del padre tienen una fuerza simbólica que llenan de contenido nuestras emociones y todo lo que mana de la herida de la devastación (miedo, humillación, ansiedad, soledad). Son imágenes que canalizan todas las emociones, las necesidades, las carencias, dando una falsa conciencia de lo que ocurre, de lo que me pasa; y así se determina nuestro «yo», como el vértice inferior del triángulo edípico. «Yo» soy de mi papá y de mi mamá, esa es mi salvación; la salvación de la angustia mortal, de todas las ansiedades y miedos. La afectividad se ha transformado en propiedad y en sumisión. Desde esta constitución del «yo», el Poder anida y parasita nuestro anhelo libidinal.

Pero además el padre y la madre representan el modelo humano de lo que tengo que ser. Los arquetipos de hombre y de mujer en los que nos tenemos que convertir. Los arquetipos representan una tendencia permanente de la imaginación afectiva (Jung). Y hacia ellos proyectamos nuestro anhelo libidinal, la carencia, la ansiedad y la frustración de la represión de la sexualidad primaria. La salvación ahora consiste, para la mujer, en ser poseída en exclusiva por un hombre; y para el hombre, en poseer en exclusiva a una mujer. El anhelo de la simbiosis materna se interpreta con el mito de la media naranja, del príncipe azul y de Blancanieves o Cenicienta o la Bella Durmiente; del matrimonio y de los «happy-end» de la narrativa o del cine. (En cambio, Bartalomé de las Casas decía en el año 1506 que los arawaks de la isla La Española no tenían ley matrimonial alguna y que los hombres y las mujeres se escogían y se dejaban sin celos, enfados, ni rencores).

Los arquetipos tienen un contenido muy preciso y van a conformar unas relaciones patológicas entre los dos sexos (de autoridad/sumisión y de propiedad), y entre el/la adulto-a y las criaturas. Los géneros tienen, pues, no sólo arquetipos paradigmáticos y roles definidos, sino también profundas raíces emocionales. La identificación con los arquetipos es lo que nos hace hombres y mujeres autoritarios y/o sumisos a la autoridad, patológicamente dependientes y con sentido de la propiedad. Esta identificación se inicia en la etapa primal de nuestras vidas.

EPÍLOGO

Las fuentes de conocimiento de lo indefinido, de la devastación oculta, del Crimen de la Madre, son ante todo nuestros sentimientos y los estremecimientos de nuestros cuerpos devastados cuando entran en contradicción con el orden establecido. Lo propio de la vida es la an-arquía, las relaciones sin Poder. Nuestros sentimientos como mujeres y como madres a veces contradicen la Autoridad y la represión que tenemos que ejercer sobre nuestras criaturas, o la Sumisión que debemos a los hombres. Esta es una fuente de conocimiento de la condición humana.

También hay otras investigaciones realizadas en diversos campos del conocimiento:

De la psicología: la descripción del chantaje emocional y del principio de autoridad durante la infancia, por Alice Miller. Y del matricidio, realizada por Victoria Sau.

Del psicoanálisis: la descripción de la Falta Básica en lo más hondo de nuestra psique, realizada por Michael Balint. De la arqueología: el descubrimiento de sociedades neolíticas no jerarquizadas y no violentas, con un orden simbólico no manipulador, sino recreador de la vida; por ejemplo, la obra de Marija Gimbutas.

De la antropología: el grupo matrifocal basado en el apoyo mutuo, descrito ya por el mismo Bachofen, y recientemente por la antropóloga argentina Martha Moia.

De la sexología: el re-descubrimiento del orgasmo uterino femenino relatado por Marise de Choisy y por Juan Merelo-Barberá.

De la biología: el apoyo mutuo como la condición de todo lo vivo, la confirmación de la microbiología, de la genética y de la biología celular de lo que ya vió Kropotkin hace casi cien años. El relato de Lynn Margulis de la condición anárquica de la vida.

Todo esto son fuentes de conocimiento (de las cuales, insistimos, la principal son nuestros sentimientos) para recuperar la integridad primaria de cada criatura y el tejido social devastado de la fraternidad humana.

Casilda Rodrigáñez
(Ponencia en las Jornadas Libertarias “Mayo 1968-Colombia 1998”)

+info e textos de Casilda Rodrigáñez:
http://www.casildarodriganez.org
http://caosmosis.acracia.net/?cat=54

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A ria e nosa e non de REGANOSA